Carboneras: Expedición "Salmorejo".

Para contarles a los demás las experiencias en nuestras inmersiones o en nuestras reuniones en tierra.
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Zona de inMersión
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Carboneras: Expedición "Salmorejo".

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Carboneras 29/04/2016

¿Carboneras?, que puedo decir de Carboneras….
Antes de que llegaran los de la farándula y los turistas, alrededor de Carboneras – flipa con esto – había un bosque bastante frondoso. Se ve que a un avispado se le ocurrió lo de construir unos hornos para elaborar carbón vegetal y la cosa se le acabó yendo de las manos. Como el paraje era de dar miedo, con menos gente que en el cumpleaños de Falconetti , solo campaban por sus despechos los leñadores, los trabajadores del carbón, piratas y corsarios. Como el rey de las Españas pensaba que ir para nada era tontería, se le sublevaron hasta los moriscos y es que, llegar a Carboneras entre riscos y veredas era más complicado que ver a Paquirrín como académico de la lengua. La cosa andaba retozona hasta que a uno de los reyes del top manta, un tal Abén Humeya, le pudo el ansia gumiosa y se puso violento con los de Vera y los de Águilas. Entonces, el emperador se puso más duro que el flequillo de un coreano y se dispuso a tomar medidas molonas.

Veamos, por sus dependencias campeaba un tal Diego López de Haro, un nota que venía de familia con clase, viruta, y apellido más largo que el desayuno de un funcionario. Lo que pasa es que al señor Diego se le daba de puta madre el caballo, y así, a lo tonto, fue el creador de la raza equina cordobesa. Su magnanimidad pensó en colocarle como regalo (al del caballo) un terrenito sin urbanizar y concedió el marquesado de Sorbas al bueno de Haro. De manera que Diego, se puso cerril y empezó a levantar torres de vigilancia, que son las piedras amontonadas a las que subimos de vez en cuando y cuando se vino arriba del todo se construyó el castillo de Carboneras. Así, con más defensas que un actimel de 24 le cortó el rollo a los malos y se pudo dedicar a terminar de talar – esto lo vais a flipar – los bosques que rodeaban Carboneras y ponerse a comercializar con el esparto.

Luego vinieron los años dorados del turismo y para resaltar la belleza natural de las playas construyeron la central térmica y la cementera, que es lo que da seriedad a la población.
El caso es que hoy, día de la diáspora, estamos con el teléfono en la mano tratando de conectar con Columbretes para confirmar unas previsiones que son menos estéticas que dos raperos con posesión diabólica. Finalmente, se nos cae la salida en catamarán, por lo que centramos esfuerzos en Carboneras. Con todo listo, tenemos que hacer hueco a Raúl, que aliviado de la responsabilidad de buscar rutas alternativas al arco de la Foradada buscará dejar atrás su empleo como “Capitán Columbretes” tratando, quizás, de hacer méritos para un ascenso. Pero, no adelantemos acontecimientos.
Una escapada es una alteración emocional que dura un fin de semana, se repite varias veces al año, se trata con aire y cerveza, mejora el sentido del humor y termina con una crónica que está siempre basada en hechos reales, como El Rey León. El humor que hoy más ha mejorado es el mío, ya que –con esto sí que vais a flipar – me hallo en el asiento del coche que no tiene volante. Hoy no conduciré, y eso me permite ponerme retozón y entregarme a los brazos de Morfeo… a ratitos. En el coche me acompañan Raúl, Aarón (un tipo tan vago que está buscando pincharse el dedo en una rueca para ver si se echa novia mientras duerme la siesta) y Sonia, mi mujer, que he de reconocer que me trata como si fuera un Dios, vamos, que apenas nota mi existencia a no ser que quiera algo. Y por la expresión violenta de su rostro parece que quiere parar para saciar su hambre.

Casi llegando a la estación de servicio del “Provencio” empezamos a degustar el olor a brasas. Eso significa que estamos acercándonos al mar. Paramos en El Marino, un restaurante de esos con barbacoa veinticuatro horas que lleva años nutriéndose con la leña de los bosques del Sáhara y preparando bocadillos con pan elaborado con el trigo de los fértiles campos del Kalahari. Mención aparte merece el relleno de panceta, que estamos a dos bocatas de poner al cerdo en la lista de animales en peligro de extinción.

Recuperadas las energías nos ponemos de nuevo en marcha sufriendo unos kilómetros de “atasco” provocado por ese efecto “safety car” que ocurre cuando la gente se encuentra con el coche de la Guardia Civil y se ponen todos detrás, despacito y sin adelantar. Por wasap vamos coordinando horas de llegada y sobra tiempo para hablar de temas profundos y metafísicos, como las frases de Schopenhauer.
Más o menos los acontecimientos se van sucediendo según lo planeado, es decir, nosotros a lo nuestro. Por delante solo tenemos a Dani (que si tuviera una sola neurona, moriría de soledad), Edu y Cristina, que es una de esas chiquillas con belleza natural, de las que no se tienen que maquillar como si fuera a matar a Batman para estar guapa. Nacho, Germán y Carlos vienen en el coche Sauron (porque está lleno de Orcos) más apretados que una lata de anchoas del Cantábrico.

Más tarde van llegando Cristina, Miriam, Juan Carlos (que no digo que sea feo, pero intentó hacer una R.C.P a una chica que estaba en parada cardio respiratoria y le hizo la cobra). Uge, Coco, Manolo, Mati, Alba, Pablo (que desde que se ha dejado barba ha multiplicado por siete su éxito con las mujeres: 7 x 0 = 0 ), Sebas, David (que sus padres hicieron su cara con un 6 y un 4), Dani y María, los Ponce, (él mirándose un ojo con el otro y ella tratando de mantener sus constantes vitales) y por último, Taboada, que es tan cachondo que vio a uno sacudir una alfombra en la calle y le preguntó “qué pasa, arranca o no“.
Mañana llegarán (creo) Álvaro y Javier “Straiker” un piloto que tiene más peligro que Eduardo Manostijeras poniéndose las lentillas. Eso, completa el grupo y nos deja sentados a la mesa repleta de manjares de nuestro Diego, a donde llegamos con tanta hambre que nos vamos a comer hasta las cookies del ordenador. La recomendación es que procuremos pedir alimentos que no lleven picante ni estén muy “especiados” por aquello de no tener digestiones pesadas antes de bucear. Por eso, en un alarde de responsabilidad, el primer plato más solicitado es el salmorejo. Empezamos bien. Luego tras un segundo plato en el que aún no sé cual es la diferencia entre media ración y ración entera vienen unos postres que son más adictivos que muchas drogas.
Sábado.

Esto ha comenzado muy, pero que muy temprano. Abrirán fuego los aspirantes a buceador avanzado. La mañana es fresca. Una ligera brisa mueve las palmeras. Cuando llego al bar, a desayunar, están todos. Esto es bueno porque es necesario tener coordinación para ajustar bien los horarios. En una mesa, apurando café y tostadas con tomate está German, Aarón, Dani y Carlos. Por solidaridad, Carlos repetirá curso. Sinceramente hay más probabilidades de que el Oso se separe del Madroño en el escudo de Madrid, que alguno de estos aprueben el curso.

Con celeridad, preparamos equipos y nos subimos en el barco. Buscaremos un lugar tranquilo y desde allí navegaremos hasta el motor donde haremos la inmersión “profunda” del curso. De momento, nada más caer al agua las caras que van surgiendo de la superficie nos indican más o menos la temperatura del agua., que como ya sabéis se mide en “suputamadres“… hoy está a cuatro “suputamadres”. Tampoco tenemos una visibilidad demasiado buena, de hecho el ambiente es más bien tétrico, lo que me viene de perlas para lo de la narcosis. Bajamos al motor, que esconde un congrio de los grandes y la corte habitual de salmonetes reales y de antias, continuamos más allá de las piedras hasta plantarnos en el arenal. Terminamos los ejercicios y regresamos al cráter. Allí, empieza la sucesión de señales de menos de 80 bares que nos sugiere ir regresando al fondeo. Como la cosa del aire va claramente al merme y ya estamos en zona segura, decido hacer un ascenso simulando una parada de descompresión. Tras ver el ascenso de mis pupilos (desde un punto de vista superior) voy concluyendo que hay gente en el corredor de la muerte que es más optimista con su futuro que yo con su progresión como buceadores.

Regresamos al puerto a buscar la segunda hornada de aspirantes a buceador, esta vez, a opengüater. En esta clasificación entran Miriam, Juan Carlos, Cristina y Manuel (el que es tan feo que si fuera una mantis macho moriría de viejo) que ya están cargando equipos en el muelle. Al salir por la bocana, el viento ha subido de intensidad y la proa del barco rompe las olas que levantan muros de espuma de esa que escupe en tu cara, pero sin amor. La mayor parte del personal anda quejándose de fresquito, aunque el agua sigue en fase líquida y aún no hemos visto pingüinos. Dejamos que los más veteranos salgan primero, guiados por Raúl, y cuando nos quedamos a solas comenzamos la primera inmersión del curso.

Juan Carlos, que anda más nervioso que el profesor de natación de los Gremlims tiene problemillas para el descenso. Como la cosa no avanza, le dejamos tranquilizándose en el fondeo con su ángel de la guardia mientras los demás iniciamos la ruta. Manolo, que tiene más mili que el palo de la bandera me ha sugerido que “esto no está para un curso de open”. Yo le he respondido que: “Para un curso de los que damos en Zona, sí”. Y es que, sinceramente, ver a Cristina, Miriam y Manolo en un ambiente tan poco favorable para “enamorarse” del buceo navegando sobre el arenal en flotabilidad neutra, con tranquilidad, con seguridad y disfrutando de lo poco que nos ofrece hoy el Dios Neptuno me confirma que estamos en el buen camino y que tenemos que seguir huyendo de esos sistemas de formación que te enseñan que por los 150€ que te cuesta un curso malo te ahorras lo que cuesta el aprender a bucear bien, haciendo uno bueno.

Terminamos la inmersión y tras un pequeño intervalo en superficie regresamos al mar. El viento, no nos da tregua y nos obliga a continuar protegidos por la isla de San Andrés. Con esta tercera buceada del día, terminaremos las dos primeras del curso de OWD. Esta vez, Juan Carlos, mucho más tranquilo, se porta y termina la experiencia más feliz que McGuiver estrenando navaja suiza.
Con el horario cumplido, regresamos al puerto y nos aprestamos a pasarnos a limpio antes de aventurarnos a los dominios de Diego y su lema de “que no nos falte de ná”. Por cierto, desde mi privilegiada atalaya cervecera, veo salir a las chicas, tan en operación bikini, y a los chicos, tan en operación vikingo; que ahora entiendo porqué cuando Nacho paró a la chica de la curva le dijo “muchas gracias pero ya viene mi padre a recogerme“.

No me da tiempo a echarme una siesta porque a la hora con rima tenemos prevista una nueva incursión subacuática. Para mi sorpresa, llega Raúl dispuesto a sustituirme, opción que acepto con muestras de inusitada alegría. Mientras se termina la cuarta inmersión del día, comparto unas “Alhambras” con Manu (de los dos de Buceo Carboneras el que tiene el pelo que parece un chupachups de estropajo) y con Gabi. Eso sí…

En una de las inmersiones de la mañana, a uno de los buceadores se le rompió una aleta. Decidí dejarle las mías para que terminase su inmersión y me quedé en el barco charlando con Elvira que ha vuelto a Buceo Carboneras. Y eso, me ilusiona mucho. Nuestra “Elvi” es una mujer elegante (pero no como esas chicas que se ponen medias de rejilla y parecen redondos de ternera), simpática, trabajadora y una excelente instructora de buceo. También ejerce de “patrona”, algo que nos garantiza una total seguridad cuando estamos en el agua, aunque a veces no termine de “arrancar”. Ojalá podamos contar con ella mucho tiempo y que sea fija en el Staff de este centro.

Cuando regresan todos al puerto, recogemos equipos y de nuevo, a donde Diego. El ligero retraso de la inmersión vespertina nos ha llevado a los límites de la supervivencia. Solo han sido dos horas de demora, pero alguno ya justificaba el canibalismo. En especial Nacho, que es tan gumías que en un concurso le dieron el comodín de la llamada y marcó el número de Telepizza.
Pasear por Andalucìa es fascinante, te sacudes las manos para limpiártelas y aparecen un guitarrista y un tío sentado en un cajón y ya tienes el cisco flamenco formado. Pasear por Carboneras es agradable, sobre todo hoy, entre la playa, el mar y un espectacular arcoíris que entra y sale en un mar cada vez más en calma. Entre profundas reflexiones nos acercamos a la plaza para compartir una cervecita con Alba y Pablo, que además de Carboneras, se nos han apuntado para la Rivera Maya. Antes de ponernos a cenar, repaso notas, compruebo seguros y ajusto los cambios sugeridos, y es que con tanta gente, tenemos más trabajo que la funeraria de juego de tronos.
Domingo

Sonia no está. Sonia se fue. Sonia estará tomando café. Yo me levanto y me acerco a la ducha. Ha debido de ser una noche de roncar a volumen brutal a juzgar por la babilla seca de los labios y que tengo pelusas en el ombligo como para hacer un jersey. Bajo a la recepción, aún a oscuras y me encuentro con el recepcionista fumándose sus verduras sin molestar a nadie. De nuevo entro a la terraza. Están todos los madrugadores. Alguno tiene legañas del tamaño de bocabits. Trato de tranquilizar a Juan Carlos porque aún está un poco nervioso. Lo noto porque está moviendo la cucharilla del café que parece que le gusta con trozos de porcelana. En la tele andan a vueltas con Fernando Alonso.

Hoy debutarán Álvaro y Javier “Straiker”. El primero tiene menos léxico que un gato ronroneando mientras que el segundo es menos estético que la autopsia de un berberecho. Hoy los avanzados tendrán sesión de desorientación, y no serán los únicos. De momento, vamos por sugerencia de Raúl a las Corvinas, aprovechando el respiro que nos deja el viento. El agua está calmada, la visibilidad ha mejorado, pero la temperatura… bueno, digamos que a los que no les gusta la sensación del frescor del agua entrando por el cuello y deslizándose hasta el ombligo es a los que les puedo vender un traje seco.
Contra todo pronóstico la cosa funciona y parece que vienen contentos. Esto, es una contradicción en si misma que hay que corregir, y pronto. La inmersión de las corvinas es muy diversa: abades, dent….inos, meritos, pulpos, nudibránquios, sargos y las siempre resultonas corvinas, que son las que dan nombre y fama al lugar. Tras más de una hora de inmersión, regresamos a puerto a coger al segundo grupo. Nos vamos a dividir en dos secciones. La primera, guiada por Raúl, sale en busca del arco pequeño. La segunda, con los open, sale en paralelo a la pared.

¿Recordáis lo del capitán Columbretes?
Al regresar al barco, veo a Raúl con su agenda escribiendo “me he perdido”. Yo le digo que el barco está ahí, al lado, que no está tan mal. Luego me cuenta que tomó los rumbos y que, de repente, los acontecimientos dieron un giro inesperado con tintes dramáticos que le obligaron a realizar una inmersión sobre la arena. Desde hoy, es el nuevo “comandante arenas”. Un merecido ascenso. Como sería la cosa que Elvira, desde el barco, pensó que era un grupo de buceadores que entraban desde la playa de Carboneras. Hay quien opina que perderse en Carboneras es tan absurdo como los vampiros de crepúsculo (que siendo inmortales les da por madrugar, ir al colegio y levantarse a una adolescente con cara de cólico) pero conozco yo un par de casos, o tres que…

Como no hay dos sin tres, volvemos al agua con los avanzados. Hay que verificar eso de la orientación. Esta vez, fondeamos en la boya de más al sur de la pared, la que hay frente al motor. Saltamos al agua, hacemos un par de giros y de repente pedimos referencias a los chavales que al ser inquiridos ponen cara de oler nidos de abubilla y tratan de marcar el rumbo correcto. Están comprobando en sus propias carnes esa máxima del buceo que dice que si te pierdes en una inmersión, una brújula puede te puede ayudar a perderte más al norte.
Recuperada la normalidad volvemos a la hospitalidad de Diego con más hambre que una garrapata en un peluche. Tanta que alguno, con tanto desenfreno está chupando hasta los posavasos. En plena sobremesa asistimos a una conversación entre Dani y Cristina. Como hay ambiente de compañerismo, tratamos de convencer al Esteban de que nunca se puede contradecir a una mujer cuando está en “esos días” y por esos días me refiero de lunes a domingo.
Hoy sí que me puedo echar una siesta de esas de las que me levanto y tengo que preguntar en que año estamos. Luego, podemos pasear y tomar algo antes de hacer la última cena.
Lunes.

Último día de buceo. Aprovechamos la primera para currarnos unas corvinas, en parte agitadas, pero con mejor temperatura y visibilidad que en días anteriores. Muy bonita inmersión y constatación que, al menos los de open si han superado con creces su curso. Nuevas verdades universales del buceo que resonarán un poco más tarde. La última inmersión del periplo almeriense será en el cráter. Luego, de encontrar el arco pequeño y de subir a la cresta nos entretenemos en el arco grande que marca la salida del cráter y tratamos de ir a las gorgonias. El consumo nos impide llegar a nuestro objetivo y seguimos con la pared a la derecha disfrutando de una vida bastante diversa. De regreso al barco, propongo hacer el ejercicio del despliegue de boya deco. Aarón pone la misma mirada de decisión que ponen los mandriles cuando se comen los mocos y realiza un lanzamiento… inverso. Es decir, sube con la boya, la infla y luego baja desenrollando el hilo guía. Los otros dos, bueno, digamos que son menos fiables que la frase “ven aquí que no te voy a pegar” dicha por una madre. Luego, tras recuperar la Gopro perdida, empiezan las excusas que, ante tanta tontería, empiezo a sufrir otitis testicular, es decir, que escucho lo que me sale de los cojones.
Lo que queda es lo de siempre. Regresar, recoger, cubicar y regresar a Madrid con esa sensación de que termina un escapada y pienso en toda esa gente que aún sigue viva sólo porque a mí no me apetece ir a la cárcel…
Andaos por lo segao

Una escapada no termina hasta que no cicatrizan las heridas de las manos.

(Otra Scubacrónica de José Luís González)

Muchas gracias por dedicar tu tiempo a interesarte en "qué hacemos".

Un saludo
Raúl :D

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